24 noviembre, 2018 / 0 Comentarios NAVIDAD PREMATURA Por Jone Pensamientos en mi cocina Las Navidades, son esas fechas que inexorablemente llegan, y además no tienen término medio, o entusiasman o agobian. Es imposible escapar de ella, pues casi dos meses antes, comienza un bombardeo de publicidad continuo y sin conmiseración, en la televisión, radio o en el buzón… Resulta complicado encender la tele y no ver antes unos 12 anuncios de perfume, la inmensa mayoría de ellos con una voz en off y en francés para más inri, diciendo «pagfun», aunque tengo que reconocer que la plástica de la mayoría de ellos es deslumbrante al igual que la música. El martilleo de spots publicitarios también abarca al champán o cava y otras bebidas alcohólicas o no, así como turrón, bombones, mazapanes, polvorones, langostinos, e incluso jamones, tecnología y juguetes. Un no parar. Pues ya es Navidad por obra y gracia de la publicidad y yo aquí sin querer darme por enterada, Puesta a poner un porcentaje, podría asegurar, con muy poco margen de error, que 9 de cada 10 de mis amig@s son de la opinión de que si pudieran escapar lo harían (la mayoría de ellos a un lugar cálido) el 23 de diciembre y volverían el 7 de enero, como si no hubiera pasado nada. Cada uno tiene sus razones para no querer que vengan estas fechas. A muchos porque les falta una o más personas adoradas, que tristemente ya no se sentarán más a la mesa, En Navidad esas ausencias son mucho más ausencias. Otros porque tienen «el ineludible compromisos familiar» (esto es un eufemismo), de acudir a una cena o comida a la que apenas les apetece ir, estar con familiares con los que apenas tienen trato durante el resto del año y hay que hacerlo de forma obligatoria, lo que hace que estas fiestas sean mucho menos llevaderas. Las consabidas compras y los regalos pueden llegar a ser un verdadero tostón. Mención aparte merece la enorme cantidad de comida y el tiempo que lleva su preparación. El despliegue de medios para tal fin puede llegar a aburrir hasta al mejor de los predispuestos. Romper la monotonía puede que para algunos les resulte gratificante, me alegro por ello@s, pero para otros les resulta un trastorno innecesario. Para much@s la celebración de estas fiestas significa mucho trabajo y creo que la vida tiene ya demasiadas obligaciones y giros inesperados como para complicarla aún más. Llegados a este punto creo que hay que aprender a simplificar. Celebrar la Navidad, sí, por supuesto, pero sin tanta parafernalia. Pero tengo buenas noticias para l@s que las navidades no son precisamente sus fiestas favoritas, y es que tan rápido como vienen se van. Que sea ese vuestro mantra amig@s. Y mientras esto ocurre os propongo algo para sobrellevarlas, estoy casi segura que hubo algún tiempo en que estas fechas os gustaban. Quizás tengáis que rememorar mucho, tal vez retrotraeros a vuestra infancia. Sí, a la Navidad del espumillón verde, rojo, plata y oro, que tu madre colgaba por todos los sitios de la casa; encima de un cuadro, en la lampara, en el contador de la luz… A esa Navidad de la pandereta de plástico, la del Belén montado en un rincón de la salita, con sus imprescindibles tres reyes magos, el pastor con la oveja al hombro y la lavandera, que situabamos en aquel río hecho de papel de aluminio. Estoy segura que os acordáis. El Belén guardado en su caja de cartón y que año tras año cumplía a la perfección con su misión. A mí me entusiasmaba montarlo y todos los años agregabamos alguna figurita más. En mi casa el árbol lo incorporamos mucho más tarde, con sus consabidas bolas rojas, mis amigas ya tenían el suyo desde hacía unos años. Tiempos en los que todavía creíamos en los Reyes Magos. Creo que esa fue la primera y gran decepción de mi vida. Lo recuerdo nítidamente y a la persona que se encargó de estropearme los reyes ese año, también. Durante un tiempo le tuve cierta ojeriza, que le vamos hacer, los niños no entienden de raciocinio, solo de sentimientos. Bendita ignorancia la que acompaña a la niñez. Con el tiempo me dí cuenta que es natural, que entra dentro del ciclo de la vida, pero el chasco fue tremendo. Pero esa ilusión la he recuperé años después con la llegada de mis dos hijos. La vida, a veces sí que nos da una segunda oportunidad. Con ellos recuperé sensaciones que resultaron que sólo estaban escondidas y mucho menos pérdidas. A mi damajuana la he adornado con unas hojas caídas este otoño y unas lucecitas. Querid@s amig@s, la semana pasada acudí a un centro comercial a comprar pintura y de repente me dí de bruces con ella Ahí estaba ya la Navidad del 2018. Todo refulgía a mi alrededor y el establecimiento en concreto brillaba con multitud de lucecitas, anuncio previo de lo que me esperaba dentro. Pero no me resistí, al contrario, compré cuatro figuritas, una de ellas se me cayó justo al colocarla, cosas que pasan. Las compré más que nada para irme haciendo a la idea. Y ahí siguen y continuarán, eso sí, sólo hasta el 7 de enero. porque una cosa es que no pueda evitar que el «ambiente navideño» empiece mucho antes, no hay quien pueda con la publicidad, pero otra bien distinta es que yo la prolongue. El 7 de enero es cuando realmente comienza el año y nos esperan las rebajas y la venta por fascículos de cualquier cosa, que la televisión ya se encargará de anunciar reiteradamente y entonces entonces le daremos la bienvenida a nuestra querida rutina. Yo ya he comenzado, tímidamente eso sí, a poner cositas en mi cocina. Voy a poner al día mi jaula de otras navidades pasadas, en el próximo post DIY NAVIDAD, os la enseño Y ¿os acordáis de la teja que me regalaron por mi cumpleaños?, post «MERCADO MEDIEVAL», pues la he engalanado y ha quedado muy salada. Ya tengo mi flor de pascua. No podía faltar en mi cocina.. Y con este preámbulo sobre la Navidad me despido, no puedo prometer que no tenga una recaída sobre el tema navideño. Seguro que os caerá alguna recetita. Avisados quedáis. Un beso y hasta pronto. infanciaNavidad